Parece que después de todo he logrado eliminar ese odioso banner de estadísticas gratis que impedía ver cualquier otra cosa en este -por otra parte- (casi) abandonado blog.
Y también parece ser que no me he olvidado del todo del uso de los signos de puntuación. Abusemos pues.
Mi ombligo ha vuelto a aparecer, fue fácil porque nunca llegó a borrarse del todo: La nena decidió nacer un mes antes y no llegué a engordar lo que me faltaba para ello. Aunque ya estuvo bien.
De eso ya han pasado 5 meses y medio.
La niña, estupenda, la madre, estupenda. El padre, estupendo. El gato no tanto, anda algo cabizbajo. Cosas de gatos.
En la última entrada contaba las aventuras de una embarazada por Andorra. De eso casi ha pasado un año durante el cual hemos seguido descubriendo lugares verdes y no tan verdes, más o menos cercanos, o más o menos lejanos.
Por ejemplo, El monasterio de Piedra. Lugar muy visitable cuando una anda más bien despacio. Muy bonito, mucha agua, muchas truchas.
En Gran Canaria el tiempo acompañó poco, pero lo suficiente como para que pudiéramos seguir explorando las carreteras que nos dejamos pendientes meses atrás. La isla se merece una vuelta en bici. O dos.
Se nos ocurrió también ir a buscar una cascada al fondo del Barranco de Moya, pero no encontramos más que piedras y soledad. Y una caseta abandonada en la que paramos un rato a replantearnos nuestras vidas.
En Gran Canaria el tiempo acompañó poco, pero lo suficiente como para que pudiéramos seguir explorando las carreteras que nos dejamos pendientes meses atrás. La isla se merece una vuelta en bici. O dos.
Se nos ocurrió también ir a buscar una cascada al fondo del Barranco de Moya, pero no encontramos más que piedras y soledad. Y una caseta abandonada en la que paramos un rato a replantearnos nuestras vidas.
Y volvimos, y seguimos viendo cosas, que intercalábamos con bugaboos, papel de empapelar con osos o bailarinas, cunas y croozers.
En la provincia descubrimos los avellanos de Benassal y anduvimos por una ruta fácil, del Rivet a Font D'En Segures y la ermita de San Cristóbal en la cima del Moncàtil, que nos dejó ver Penyagolosa, el coll de ares y un cielo azul que creo que fue el primero del año.
Ese día nos dimos cuenta del tiempo que había pasado desde la última vez que habíamos estado andando por el interior.
Volvíamos de Alcalá de Henares y decidimos dar un rodeo para llegar a casa. Paramos en Sigüenza, donde no habíamos estado y que resultó ser un bonito lugar con una catedral románico-gótica que me resultó desproporcionada en relación al tamaño de la ciudad, pero que sin duda no lo está en relación a su historia.
Y conduce que te conduce, llegamos al rato a Beteta, donde están la Hoz de Beteta y el sendero de Mata Asnos. Y no sé si era o no mata asnos, pero por allí lo encontramos, adentrándose primero en la Hoz y más tarde subiendo a una y otra cueva, y dejándote, al final de todo, en un inesperado -no porque no lo esperara con ansia (viva), sino porque rompía del todo con el paisaje que íbamos dejando atrás- prado verde, verdísimo, verdérrimo.
Llegaron unos poquitos días seguidos de libertad, y los aprovechamos para, conduce-que-te-conduce, otra vez, llegar al valle de Bujaruelo. ¡Oh Pirineo!
La ocasión la pintaban calva para seguir el GR11 hasta el siguiente refugio no guardado, y visitar, de paso, el puente colgante de Burguill, el cual descubrí por casualidad hace ya unos cuantos años, en mi primera o segunda visita al valle.
Subir el puerto de Bujaruelo para quedarnos allá arriba admirando las vistas era bastante innecesario, así que optamos por andar por el sendero durante un rato, hasta que consideramos (los tres) que ya estaba bien. Y bien estuvo. Nieve poca. Agua mucha.
Que nadie piense en tremendas caminatas pirenáicas, la cosa era tranquila, y corta.
Aún planeamos una última excursión, por el interior de Valencia, allá por donde se confunde y se mezcla con el interior de Teruel, y uno no sabría bien donde está si no fuera por el estado de la carretera. Cerca del cerro Calderón amanecimos nevados, y decidimos que no era país para viejos, ni cerro para preñadas, y escapamos de allí hasta Chulilla. Y disfrutamos del lago azul, y de un camino muy bien preparado, con sus puentes, que nos condujo un buen rato por las hoces del Río Turia.
Así que puedo resumir que el embarazo, además de todo lo que tiene un embarazo normal, tuvo puentes colgantes, cascadas, hoces y avellanos.