El viejo y el mar (versión corredora)

El miércoles advierto a Irene que no se asombre si encuentra algún oso polar por la ronda. Sopla un viento polar que paqué, pero ella sale igual, y bueno...yo...yo, si hay que salir, salgo. Y si no hay viento ni hay dolor, pues no lo hay.

Rubens estaba medio perro en casa, pero creo que verme tan decidida a luchar contra la adversidad le picó la conciencia ¿puedo ir con vosotras?...

Así que con guantes y con buff y con mil capas (yo) y con una sonrisilla cabrona (él), empezamos el rodaje. Y van tres seguidos. La figura de Irene se dibuja allá en el horizonte ¡¡exagerada!! ande yo caliente... Todo iba medio bien hasta llegar al Mcdonalds. El viento en contra nos dejaba la cara de velocidad y los pelos de punta. A un kilómetro para el Grao, sugiero nuestro regreso, y allí empieza lo mejor: más y más viento, risas, caras...esto son los entrenamientos que valen. Doce kilómetros, hora catorce. Y yo que pensaba que era tan veloz como el deseo y resulta que el viento nos dejó la media por encima de seis. Pero la cosa es que salimos. Como el viejo aquel que luchaba contra el mar y los tiburones para capturar su pez durante aquellas interminables y amarillas páginas.