De piedras

La primera mañana, que era Jueves, tocó una salida corta por el pinar. Demasiado corta, quizá. Aunque intensa, eso también.

Un día y una ITV más tarde, llegó el domingo, y con él la carrera de Tombatossals, a la que nunca había ido, una vez por miedo, otra por trabajo y otra porque por aquel entonces preferí una media de asfalto. Sin embargo, creo que nunca había faltado a la m

eta, de la cuál guardo variados recuerdos.

En fin, que tocaba participar, y para una vez que me apunto casi llego tarde porque, como buena cabeza de chorlito, no atiné a poner el despertador correctamente. Sin embargo quisieron los hados conducirme a tiempo a las Pistas de Penyeta Roja. Los hados y los organizadores que se encargaron de marcar estupendamente los accesos.

Esto de Tombatossals y Penyeta Roja y que la carrera suba al Tossal Gros no es casualidad. Resulta que cuenta la leyenda que Tombatossals, que es un gigante de piedra, nació fruto del amor entre la Penyeta Roja y el Tossal Gros, durante una fuerte tempestad en la que estuvieron presentes casi todos los vientos y que fue provocada a propósito.... Así lo cuenta Josep Pascual Tirado.

Mitologías aparte, el recorrido de esta carrera no es precisamente de los que mejor se me adaptan: mucha piedra suelta y mucha bajada incómoda, sin embargo me apetecía probar. el objetivo era no separarme demasiado del tiempo de Tales, es decir, estar sobre las tres horas nuevamente.

Empecé saliendo casi desde tan atrás como la semana anterior, camuflada entre la multitud, salimos de las pistas a todo lo que daban las piernas y comenzamos a bajar, y luego a subir poco a poco, ya metidos en nuestro pedregal. Para cuando llegué a la meta volante ya habíamos subido 200 metros y aún no me encontraba nada cómoda: demasiada humedad para mi. Sonieta va delante, hacemos la goma un ratito: ella delante, yo detrás. Ella detrás, yo delante. Como alguna vez hace años.

"Bajada muy chunga" rezaba el cartel. Y yo con estos pelos. Menos mal que no está húmedo, la bajada es una simpática sucesión de piedras lisas por las que una podría resbalar como una pastilla de jabón.

Subir, bajar y pasar por la cantera, esa es la esencia del recorrido, que se repite una, dos y tres veces, cada una de ellas con su particularidad.

En el kilómetro 10 llevaba hora y veinte en marcha, se veía posible acercarme a las tres horas. Me dispongo a seguir a la pequeña chica de largas piernas. Al rato descubro que puede que eso no sea posible.

O puede que sí, pensé al rato, al verla justo delante nuevamente.

Cresteamos un poco y creo que eso de allá es el Tossal, y aquello de más allá el depósito al que también hay que subir. Y en esa segunda subida hago una nota mental apuntando esta carrera como "cosas a evitar para llevar una vida más tranquila". Pero de pronto se acaba la subida y llega una bajada que al principio me parece complicada y que al rato, quizá por el hecho de estar tan cerca de meta, quizá porque me como media barrita mágica del último control, o quizá porque así me sentía, me pareció cómoda y pude aprovechar para volver a la posición que el Tossal me había arrebatado y llegar a meta como cenicienta, antes de que dieran las doce. O casi, por eso de que hubo retraso en la salida. 2:58.

Ahora vago por los mundos de la fascitis plantar, con un kinesiotape azul, plantillas de gel y masajes controlados. Los hados, los hados...